Monica Bellucci: “Me he divorciado en dos ocasiones. Liz Taylor lo hizo ocho veces. Me quedan seis”
Nos reunimos con ella en Lisboa y nos contó que no tiene miedo a la edad, cómo las mujeres pueden crear sus propios papeles y por qué su divorcio de Vincent Cassel no es el fin de su vida amorosa

Monica Bellucci posa en la Queen´s Suite del hotel Verride Palácio Santa Catarina de Lisboa. La actriz viste camisa y pantalón de pijama de Equipment y sujetador de Cadolle.
En la era del culto a la celebridad, con la maquinaria del entretenimiento global generando nuevos y jovencísimos rostros aspirantes a entrar en el olimpo de la fama a cada segundo y los medios de comunicación abusando hasta la extenuación de expresiones como “mito”, “diva” o “sex symbol” es muy difícil seguir creyendo que realmente existan personas capaces de estar a la altura de esos calificativos. Hay sin embargo una fórmula para reconocer a una verdadera estrella y es realizarle el test Bellucci: ¿Ha hecho películas con grandes directores de culto de todas las nacionalidades? ¿Ha aceptado papeles difíciles y protagonizado escenas polémicas que pasarán a la historia del cine? ¿Es un símbolo universal de belleza atemporal? ¿Ha recibido premios prestigiosos? ¿Ha posado para los mejores fotógrafos del planeta? ¿Ha formado una y otra vez parte de las listas de mujeres más sensuales del mundo? ¿Cuando entra en una habitación, es capaz de parar el tiempo?
Monica Bellucci (Città di Castello, 1964) en persona sube con cadencia sinuosa la escalinata de mármol del palacio Santa Catarina una mañana de julio sobre unas altísimas plataformas, vestida de negro de la cabeza a los pies y parapetada tras unas grandes gafas oscuras. En torno a ella se genera un suspense que parece detener el tiempo. Todos los presentes tenemos una infinita curiosidad.
Solo cuando se quita las gafas y saluda con una voz cálida la diva le da permiso al reloj para que vuelva a echar a andar. Bellucci, con sus 52 años de imponente presencia natural, ha conseguido derribar algunas de las grandes barreras de una industria sobre la que constantemente planea el fantasma del sexismo. Para empezar, fue madre a una edad improbable (tenía 40 años cuando nació su primera hija, Deva, de 13 años, y 45 cuando dio a luz a Leonie, de 7) y para estar con ellas decidió no hacer más de una película al año. Esa decisión, la de priorizar a su familia por delante de su carrera, no significó en absoluto el final de su presencia en el cine.

Si Hellen Mirren dijo en una ocasión que era una vergüenza cómo los actores que interpretan a James Bond alcanzan edades geriátricas mientras que sus amantes cada vez son más jóvenes, Bellucci, recién cumplidas las cinco décadas, se convirtió en chica 007. Si Jennifer Aniston ha hablado sobre la presión que existe para que las mujeres nunca envejezcan, el año pasado ella se puso en la piel de una cantante de ópera que seducía a un hombre mucho más joven, interpretado por Gael García Bernal. Si Meryl Streep se ha quejado de que los ejecutivos de Hollywood usan una y otra vez el argumento falaz de que las películas protagonizadas por actrices no venden, ella acaba de estrenar una cinta anticomercial dirigida por el cineasta de culto Emir Kusturica (“Kustirizza”, me corregirá con acento serbio) en la que protagoniza una historia de amor maduro.
Eso no quiere decir, desde luego, que Monica Bellucci no sea consciente de las tremendas desigualdades de género que existen en el cine. Este año, la intérprete ejerció como maestra de ceremonias en el Festival de Cannes y vivió en directo la diatriba de Jessica Chastain, quien fue invitada como miembro del jurado y dijo que el retrato que se trazaba de las mujeres en las películas seleccionadas era “perturbador”. “Claramente hacen falta más directoras. Yo he participado en 55 cintas y solo me han dirigido mujeres en cinco de ellas. Este mundo sigue siendo de los hombres, aunque haya realizadores como Almodóvar que hagan películas a mayor gloria nuestra”. A pesar de todo, su visión es optimista. “Las cosas están cambiando. Mi propio caso es ilustrativo. Isabelle Huppert, Catherine Deneuve, Judie Dench… Aún tienen la posibilidad de hacer grandes papeles. Eso significa que estamos evolucionando”.
—¿Le molesta que le pregunten siempre por su edad?
—No. ¡Yo la digo sin problema! A nadie le gusta hacerse viejo, pero es una batalla que vamos a perder. Por supuesto, cuando tienes 20 años te agarras a la vida, lo que es normal y bonito, pero cuando te haces mayor ves las cosas con distancia y eso también es interesante.
—¿Qué privilegios poseen los hombres en la industria que le hubiese gustado tener a usted?
—[Niega con la cabeza, en gesto de reprobación]. Creo que en lugar de llorar y hacernos las víctimas tenemos que estar activas y decir lo que queremos, pero sin agresividad, simplemente diciéndolo y tratando de construir un proyecto. Si como actriz quieres hacer un papel, quizá puedes crearlo, debes intentar generar las condiciones.
—Pero ¿cómo crea una su propio papel?
—Persiguiendo lo que quieres llevar a la pantalla. Nicole Kidman está produciendo series. Hay muchos intérpretes que producen y crean sus propias cosas, guste a los demás o no.
—¿Con el paso del tiempo ha llegado a amar más a las mujeres? ¿Se ha dado cuenta de que somos diferentes a los hombres?
—Oh, no. No soy feminista de esa manera. No quiero decir que ellas son de una forma o de otra, odio las etiquetas. No me gusta crear guetos. No es un tema de género sino de seres humanos.

Aunque la presencia física de Bellucci es intimidante, su actitud es tan dulce que el mito se convierte muy rápido en persona, y una muy cercana. Atraviesa los salones del palacio de Santa Catarina después de posar para una foto y exclama: “¡Posproducción! ¡Posproducción!”, como sugiriendo que no le importa el retoque de las imágenes que a otros tanto les enerva.
A la actriz siempre se la ha comparado con las mammas del cine italiano (Sophia Loren, Anna Magnani, Claudia Cardinale) y las grandes damas del cine francés (Jeanne Moreau, Brigitte Bardot). De unas tiene la belleza racial y el nervio, de otras, la sensualidad y el misterio. Pero si hay alguien a quien recuerda en el vis a vis es a la única que no se menciona nunca: la rubia Marilyn Monroe. La morena Bellucci calcula la caída sus ojos con enormes pestañas postizas cuando escucha y cuando habla, evalúa la postura de sus labios, siempre medio abiertos. Al oír su hilo de voz uno se la imagina perfectamente diciendo: “Happy birthday, dear president”.
Ella se pregunta por qué después de toda una vida trabajando en la industria no pertenece a ninguna familia del cine. “Aunque soy italiana y he filmado películas en Italia, no formo parte de la escena de allí. Vivo en Francia y, a pesar de que he hecho cintas francesas, no pertenezco al cine francés. Lo mismo me pasa con Hollywood: he trabajado en Estados Unidos, pero no formo parte de su star system. Si me paro a pensarlo, la verdad es que mi trayectoria es muy rara”, dice perpleja.
Quizá la respuesta la tenga Giuseppe Tornatore, el hombre que la convirtió en Malena, una joven recién casada a la que su marido deja sola en un pequeño pueblo siciliano y que intenta mantener su dignidad en un lugar donde todos los hombres la miran con deseo y todas las mujeres la desprecian. Tornatore, en el prólogo de un libro monográfico sobre la actriz donde se recopilan las fotos que le han tomado todos los grandes del siglo XX (Helmut Newton, Bruce Weber, Ellen von Unwerth, Peter Lindbergh, Richard Avedon), dice: “Monica siempre será Monica. Nunca será una ni un millón de mujeres diferentes. Ella es simplemente Bellucci”. Es decir: su personalidad es tan única que no pertenece a una familia del cine, sino a todas. Y eso, una vez más, es lo que distingue a una verdadera estrella.

Otra característica de las grandes estrellas es la valentía. Y a Monica Bellucci no le dan miedo los proyectos más difíciles. Cuando tuvo que aprender arameo para hacer de María Magdalena a las órdenes de Mel Gibson, lo hizo. Cuando el director Gaspar Noé le pidió que protagonizase una de las escenas más violentas y extremas que se han visto en las pantallas en los últimos 30 años, una violación en plano sostenido, aceptó el reto. Kusturica le rogó que aprendiese serbio para su última película y se puso manos a la obra. En En la vía láctea demuestra que es capaz de mantener todas sus cualidades sensuales intactas, incluso revolcándose en el barro entre animales o portando grandes bidones de leche en una remota aldea serbia.
De hecho, el rodaje de este filme está a la altura de la leyenda de grandes producciones como Apocalypse Now o Fitzcarraldo, cuya producción nunca parecía tocar fin: duró cuatro años. Eso, lejos de parecerle un problema, a Bellucci le resultó estimulante: “Con Emir es así. Se sabe cuándo se empieza, pero no cuándo se termina. Esta película fue una oportunidad increíble para entrar en contacto con una cultura complejísima, como es la de los Balcanes”. Ella no logra explicar muy bien de dónde procede ese arrojo: “Mi padre era dueño de una empresa de transportes y mi madre era ama de casa. Jamás me impidieron hacer nada de lo que quería. A lo mejor porque eran muy jóvenes, mi madre tenía 20 años, mi padre 26, fueron capaces de entender mis ambiciones y por eso me dieron muchísima libertad. Con 16 o 17 años ya salía por ahí y me dejaban irme de vacaciones con mis amigos”.

—Sus roles son siempre muy graves, ¿alguna vez ha tenido ganas de hacer más comedia?
—Me encantan, pero es muy difícil encontrar comedias que estén realmente bien escritas. Yo soy una persona muy alegre y luminosa, así que creo que lo que sucede es que proyecto la oscuridad que hay en mí en los papeles que elijo.
—¿Con qué director le gustaría trabajar con el que no lo haya hecho aún?
—¡Hay tantos! No soy capaz de responder a eso, pero sí te puedo decir que me gusta que me sorprendan.
—¿Y alguna intérprete a la que considere su heredera?
—No puedo hablar de herederas, pero sí de actrices que me encantan. Admiro a Julianne Moore, Charlize Theron, Penélope. Y de las más jóvenes, a Kristen Stewart. Hay algo tan natural y tan real en ella cuando actúa… Es preciosa.
La políglota Bellucci (además de arameo y serbio habla a la perfección italiano, francés e inglés) lleva recorriendo el mundo desde que empezara a trabajar como modelo para las grandes pasarelas a los 16 años. Pero ella se considera profundamente europea. Esa es la razón por la que no pensó ni por un segundo mudarse a Los Ángeles cuando, gracias a Matrix, dio el salto a Hollywood. Y ese es el motivo por el que sigue teniendo muy presentes sus raíces. Continúa visitando con frecuencia a sus padres, que aún viven en el pueblo de Umbría donde ella se crio, y allí mantiene todavía muchos amigos de su infancia. España le encanta, y asegura que ahora que tiene casa en Lisboa quiere pasar la frontera mucho más a menudo. Pero si hay alguien que ama este país es su hija pequeña, Leonie, que ha aprendido a hablar español en el colegio. “En una ocasión, cuando tenía solo cinco años, le dije de broma que no entendía por qué le gustaba tanto España, que es un país muy dramático. Y ella me respondió: “¡Tú sí que eres dramática, siempre vestida de negro!”.

Sin embargo, hay dos cosas de las que a la valiente Bellucci no le gusta hablar. Una es la política.
—¿Qué piensa de Macron y de su victoria?
—Yo no voto en Francia, porque tengo nacionalidad italiana, pero tengo que decir que creo que han elegido a Macron porque querían un cambio y un nuevo aire.
—¿Le daba miedo que ganase Le Pen?
—No voto en Francia, así que…
Y la otra es su matrimonio con el carismático y reconocidísimo actor Vincent Cassel, a quien conoció durante el rodaje de El apartamento y con quien estuvo 14 años. Bellucci admitió en una ocasión que para ella la fidelidad no es un valor importante en la pareja. El respeto y estar ahí para el otro sí. Cuando la noticia de su divorcio estalló en 2014, en París la conmoción alcanzó cotas propias de Brangelina.
—Hace tres años que se divorció. ¿Cuál fue la peor parte de la separación y dónde diría que está ahora?
—Ya me he divorciado en dos ocasiones [estuvo casada de 1990 a 1991 con el fotógrafo Claudio Carlos Basso]. Liz Taylor lo hizo ocho veces. Me quedan seis [se ríe].
—¿Y las aprovecharía?
—¡Estoy bromeando! Pero tienes que estar abierto a la vida, como le digo siempre a mis hijas. No importa lo que os haya pasado en una historia de amor o en una de amistad, hay que estar siempre abierto a que te sucedan cosas, abierto a vivir. No puedes tener miedo a volver a involucrarte, porque entonces vives en una caja.
—¿Es usted una persona capaz de estar sola o necesita tener siempre pareja?
—Estar solo es necesario. Y a veces al pasar de una historia a otra no te da tiempo para comprender. La distancia te permite pensar cuáles fueron los errores, por qué tomaste ciertas decisiones…

Bellucci admite que con la edad ha aprendido a disfrutar más de la libertad personal. “Yo he sido económicamente independiente desde que era muy joven, pero hay un proceso en el que las mujeres nos damos cuenta de que tenemos valor por nosotras mismas, no porque pertenezcamos a un padre, una madre, un novio o un marido…”.
—Supongo que también saber lo que uno quiere en las relaciones es un proceso.
—Lo que buscas cuando tienes 20 años es muy diferente de lo que persigues cuando tienes 40, y estoy segura de que es muy distinto de lo que quieres a los 60. Ese uno de los motivos por los que a veces pierdes a una persona que ha sido muy importante en tu vida, construyes algo y luego la vida te transforma…
—¿Tiene una nueva relación con alguien?
Y aquí se termina este capítulo de nuestra conversación, porque no quiere decir quién es esa nueva persona ni qué novedades aporta a su vida. Sin embargo, durante la entrevista explica que sus hijas hablan portugués porque han vivido en Brasil, que es donde reside su padre, Vicent Cassel. “Han viajado muchísimo, pero yo siempre he estado con ellas y creo que eso es importantísimo. Se me quedó grabada en la mente la frase que me dijo una vez un coach: ‘Asegúrate de que no haces sentir a tus hijos que tu trabajo es más importante que ellos”, explica con un aire tierno. Bellucci siempre toma como referencia a sus propios padres, quienes en todo momento estuvieron muy cerca de ella: “Son ellos los que te dan el sentido de tu propia belleza o fealdad. Si te miran con amor, sientes que eres bello; si no te dan ese tipo de amor, nunca te sentirás bello. Me he encontrado a tantas mujeres guapas en mi vida, las más increíbles, pero muchas de ellas no se daban cuenta porque nadie les enseñó a verlo”.
—De todas maneras, hubo una época en la que todo el mundo, aparte de sus padres, podía ver que usted era muy bella. ¿Fue un problema para usted en su juventud?
—Hay un momento en la película de Kusturica que Costa, el personaje que interpreto, le dice a Vlada, el personaje masculino: “La belleza solo me ha dado problemas y me ha mostrado lo feo que hay en la gente”. No sé si es verdad; pero si la belleza exterior no recibe oxígeno desde dentro, no es nada.
—¿Cuando era más joven le daba miedo la forma como los hombres la miraban?
—He sido muy afortunada. Toda mujer alguna vez en su vida puede verse en una situación desagradable y no es fácil. Yo, cuando me ha ocurrido, he podido resolverlo bien.
—¿Tiene estrategias para espantar a los moscones?
—La verdad es que la violencia te puede llegar de la manera más sutil. Hay una violencia que es obvia, pero también la hay de otro tipo, mucho más peligrosa, que es la que se disfraza de amabilidad. Esa es la más difícil de detectar.
—¿Le ofenden los piropos? ¿Cuál es el más bonito que le han dicho nunca?
—Me gustan si no son vulgares. El mejor que me han dicho es una palabra que no existe. No es italiano, francés ni portugués. La dijo mi hija un día que me vio en bañador y exclamó: “¡Mamá, estás explosante!”.
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